Se estima que más del 60% de la población en México cuenta con algún nivel de mestizaje. Sea que descendamos de europeos, amerindios o alguna otra etnia. Y a pesar de que nuestra cultura mexicana trasciende el material genético dentro de nuestra sangre, existen aquellos cuya ascendencia está bastante presente en sus vidas, cosa que los tiene divididos.

Rayo Guzmán, escritora mexicana nacida en Celaya, Guanajuato, nos ha traído una novela para hablarle a todos esos que se vean en una situación así. Con una narrativa onírica pero los pies firmes en la realidad, Coyote Balcánico es la historia de una familia fracturada, las consecuencias de esta división y el viaje de un hijo para unir los pedazos de su identidad.

El legado de nuestros padres

A sus 19 años, Zoran tiene algunos problemas. Conoció a su novia a través de un penoso malentendido en el que le robó el coche y secuestró (accidentalmente) a su perro. Su mejor amigo está atrapado en el clóset y él no está seguro sobre lo que hará con el resto de su vida, a pesar de contar con un enorme potencial. Pero Zoran no es una mala persona, sólo le faltó en su vida una figura paternal que se ofreciese a mostrarle el camino. En términos coloquiales, es víctima de los famosos daddy issues.

Así es como, al igual que la de muchos jóvenes en México y el mundo, la historia de Zoran es la del ausentismo. Su padre, aquel hombre que debía protegerlo y guiarlo en esta desquiciada aventura llamada crecer, los abandonó a él y su madre cuando aún era muy chico, un doloroso recuerdo que su madre se niega a revivir por más que atormente a la familia.

Sin embargo, Zoran, cansado de vivir una vida sin rumbo, decide que la única manera de reparar lo que anteriormente estuvo roto, es adentrándose a ese pasado del que su madre no quiere hablar y su padre no está ahí para contarle. Viajando a Belgrado, en compañía de su mejor amigo, Zoran deberá encarar los hechos que fracturaron a su familia, la pasión, la culpa y todo ese siniestro ayer que aún los atormenta.

Un triángulo familiar

Se sabe que el triángulo es la más resistente de las figuras geométricas. En este caso, es un triángulo familiar el que da entrada a la trama de esta obra.

Como un espectro que se aparece por las noches, uno de los lados de este triángulo es el padre de Zoran, Darko, fuerza que se escabulle entre las páginas de la novela, sea ya que su espectro está presente en el día a día de su hijo, con el dolor causado por su separación o a través de su propia historia. Proveniente de Serbia, donde a su alrededor Darko no ve más que un país en decadencia, tenemos en él a un personaje cuya respuesta natural a la adversidad es la fuga.

Darko, en pocas palabras, representa dentro la ausencia de un espíritu dispuesto a afrontar el infortunio. Un hombre cuyas circunstancias lo convirtieron en alguien incapaz de ver más allá de su interés propio, comodidad y quien anida en su interior un profundo miedo a asumir las consecuencias de su siniestro pasado.

Por otra parte, Eloísa, la madre de Zoran, se nos presenta como la figura de la estabilidad. Presente, cariñosa, alentadora y sabia más allá de sus años, la novela nos da a conocer dos facetas de este personaje. Su turbulento pasado, en el que la ambición y pasión la lleva desde el desértico paisaje de Mineral de Pozos al otro lado del mundo, donde deja atrás memorias íntimas y dolorosas. Eloísa es el presente. Es aquella persona que, consciente de sus propios defectos, planta sus pies en la tierra y vive en el momento. Sin embargo, como todos sabemos, el no mirar hacia atrás nos llevará a no aprender de los errores que cometemos.

Es aquí donde entra Zoran, la emulsión de estos dos personajes, quien en su pasado busca desesperadamente la manera de mejorar su futuro. Zoran es el choque de dos mundos, representado a través de referencias regionales y modernas por la autora. Es en él que está la clave para apaciguar las dolencias de su familia y dentro de su propio corazón.