Las decisiones que tomamos, el mundo en el que vivimos y la vida que experimentamos nos define como seres humanos. Y somos nosotros mismos los que principalmente nos contamos esas historias sobre lo que es nuestra vida, somos recuerdos.

En La memoria es un animal esquivo, Juan Francisco es el hombre que es debido a su pasado familiar en Cúcuta, donde vivió una infancia en la que no aprendió más que la crueldad de un mundo en el que no cabía su enorme sensibilidad. Cuando logra salir, se aleja lo más que puede en busca de sentido y de sí mismo, pero al regresar a la casa donde creció deberá enfrentarse a ese pasado en el que reina la pérdida y el abandono.

Con un uso del lenguaje que raya en la écfrasis de una vida, María del Mar Ramón bosqueja una historia donde la memoria adquiere un matiz de recelo y hasta de traición cuando el relato que dicta la personalidad de alguien parece desvanecerse.

La marca del trauma

Mediante sus idas y venidas al pasado y al presente, Juan Francisco nos va develando cómo su vida en la infancia ha moldeado su vida a base de rechazo y hasta traumas familiares. Y es que todo lo relacionado con su pasado familiar conlleva pérdida dentro de los recuerdos que lo azotan a raíz de su visita a esa casa. Ya sea física, de la inocencia o de cariño, la pérdida está presente en cada momento que vuelve a la mente del protagonista, cuestión que lo lleva a alejarse como la única manera que conoce de salvarse.

La novela retrata un tipo de relación poco abordada en literatura, la fraternal. Conocemos a los hermanos menor y mayor de Juan Francisco, el recién difunto Pablo y Luciano. La complicidad y la crueldad llegan al extremo cuando recuerda esa infancia compartida, aunque al crecer se traduce simplemente en cercanía o lejanía con cada uno.

Será el trauma el motor de todo recuerdo familiar que venga a la memoria de Juan Francisco, un trauma que él decodificará como explicación para toda desavenencia de su vida, comenzando con la temprana muerte de su madre que actuó como catalizador para su búsqueda de una nueva vida lejos de todo lo que hasta ese momento conocía.

Un Yo que siempre se sintió artificial

Como respuesta a la infelicidad de la infancia, muchos elegimos la negación en cuanto somos capaces de tomar decisiones propias. Al intentar poner la mayor distancia posible entre su pasado y lo que quería de su futuro, Juan Francisco terminó por crear una identidad completamente nueva que siempre sintió artificial de algún modo. Toma como base esa dislocación con su familia que siempre lo hizo sentir diferente —un poco como una oveja negra que piensa, actúa y sobre todo siente distinto a los demás de su núcleo—, para explotar la vena artística que tal vez sólo compartía con su madre.

Sin embargo, la vida y una extraña conexión con aquello que fue (conexión que tal vez tenga mucho que ver con el concepto latinoamericano de familia), lo regresan constantemente al dolor del pasado y a una relación con este que no hará más que atormentarlo en esa otra vida que con tanto esfuerzo construyó para sí mismo.

Juan Francisco se muda a Madrid para desarrollarse como artista bajo el nombre de Zadik. Se dará cuenta entonces de que, aun tan lejos de su origen, no es capaz de enfrentarse consigo mismo y liberarse para siquiera mantener una relación cercana con su propio hermano.

La memoria como ficción

Los recuerdos en ocasiones son lo único que nos queda, son la verdad que rige nuestra visión del mundo y nuestra existencia misma. Pero, ¿qué tan fiable es la memoria que tenemos de nosotros mismos, de nuestra vida, de nuestro dolor? Mediante un narrador en primera persona, María del Mar Ramón nos acerca a la vida de su protagonista desde su propia perspectiva, lo que genera cierta empatía con él. Sin embargo, tanto Juan Francisco como el lector deberán enfrentarse a la veracidad de su memoria.

No es gratuito que la autora haya ubicado a su personaje de vuelta en la casa de su infancia, pues fue en aquella época donde él mismo ubica el germen de su sufrimiento, ese que motivará toda decisión en su camino. La memoria comienza en la infancia, son los momentos en los que conocemos el mundo y es por ello que nos marcan tanto, sobre todo al haberla experimentado al lado de otros. Pero en la vejez es común que los testigos se vayan acabando y nos quedemos con menos oportunidades de corroborar esas memorias que ahora se escurren de las manos como criaturas hurañas.

La memoria es un animal esquivo es un eterna advertencia de que, a pesar de que cada recuerdo —por doloroso o efímero que sea— contribuya a la construcción y, a veces, a la deconstrucción de nuestro ser, no hay escapatoria al pasado. Tal vez sea en la confrontación con nuestros recuerdos y sobre todo aquellos compartidos, donde resida la clave de nuestra verdadera identidad, una a la que podamos aferrarnos, esperando que la memoria no nos falle.